Acabamos de regresar de Tierra Santa, un viaje lleno de
nuevas sensaciones compartidas y de sorpresas.
Sorpresas a veces poco agradables.
Muchos de los lugares que visitábamos, se habían llenado de
ruido. Un ruido ensordecedor que lo llenaba todo.
Ocurrió en la ciudad rosada de Petra, el ruido era tan
grande que había que esconderse para sentir el poder de las
legendarias piedras que la conforman.
Ruido en el mar muerto. Los gritos de los humanos se
llevaban la suave brisa de ese mar mítico.
Y había ruido, hasta en el desierto del Wadi Rum, uno de los
lugares más apartados y bellos de este planeta.
Había ruido en la Iglesia de la Pasión de Cristo, en
Jerusalén, en la de la Natividad, en Belén.
Mientras unos pocos buscamos refugio en el silencio, otros,
muchos, demasiados, llenaban de ruido la vida y los lugares
sagrados.
Habrá que reflexionar sobre todo ello.
Si sentimos, lleno de fuerza, el Muro de las Lamentaciones
en Jerusalén.
Lo percibimos repleto de tantos sufrimientos dejados allí
por los humanos que hasta allí se acercan a buscar un poco
de consuelo.
El ruido lo esta llenando todo, como una forma de ahogar las
suplicas de la humanidad.
Mientras, la naturaleza hace su trabajo y, se dedica a
limpiar nuestro país.
Hacia falta lluvia, agua, para limpiar nuestras ciudades,
nuestros campos.
Debíamos de tenerlos muy sucios, porque no para de llover. Y
llueve tanto que nuestros ríos se desbordan anegando tierras
y pueblos.
La naturaleza nos dice, en esta primavera, que es tiempo de
lluvias, de limpiar, de dejar atrás, lamentos, penas, y
cargas inútiles.
Es tiempo de limpiar nuestra tierra, nuestras almas, para
dejar sitio a las bendiciones que el nuevo sol, nos trae a
todos. Y, nos han dicho, que son muchas y abundantes para
todo el planeta.
Así que a prepararse, vienen buenos y nuevos tiempos.
A disponerse para recibirlos.
No dejemos pasar la oportunidad que esta nueva primavera nos
brinda.
Buena semana a todos.
Miguel Blanco
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